Me considero una persona afortunada,
pues he sido participe siempre de historias de amor. No me refiero a un eterno
cuento de hadas, ni al hecho de vivir un tórrido romance digno de una novela.
Me refiero a esa palabrita a veces malgastada y comercializada, que dice más de
lo que mide y que significa todo lo que somos: AMOR.
Todos los días soy testigo de que
el amor no es solo el ideal romántico que se nos plantea, cuando veo a una
madre despidiendo a su hijo, cuando veo a un colega de trabajo sonreírme por
las mañanas, una familia sentada para compartir una comida, dos personas que se
toman de la mano, un grupo de alumnos que reconocen a un maestro por lo
aprendido, cuando los amigos se reencuentran. Todos los días tenemos gente
amorosa a nuestro alrededor y muchas veces estamos tan ocupados con aquellas
nubes negras, que no nos damos cuenta o
no queremos hacerlo.
Romántica o no, lo que hay detrás
de cada una de estas escenas es realmente la vida, son los momentos y las
pruebas que nos trajeron aquí, y que nos hacen valorar y amar aún más la
oportunidad de esos encuentros; porque algo sí es cierto, la vida no es, ni
debería ser, color de rosa. La vida ES
con sus altibajos, lo que nos hace ser quienes somos hoy.
El AMOR es el motor del mundo, el
combustible: Nosotros.
No esperemos al día más “romántico” del año, para decir o pensar en el amor que tenemos o se nos fue, solo basta con abrir los ojos.
¿Cuántas historias de amor has
visto hoy?